sábado, 6 de julio de 2024

Mi vida como... oficinista

-Rayos este cuerpo es tan pequeño que es molesto-
Me decía a mí mismo estirando el brazo lo más alto que podía, dando algunos saltitos y tratando de estar en puntillas a pesar de tambalearme por mis tacones, haciendo todos esos esfuerzos que eran inútiles ya que no podía alcanzar la parte más alta de los estantes y anaqueles, obligándome a admitir que lo mejor sería usar una escalera como el resto de mujeres aquí en la oficina para llegar a lo más alto de esos muebles.
-Solo debo no caerme con los tacones... todavía no estoy acostumbrado...-
Un suspiro lleno de frustración salió de mis labios al mirar mis zapatillas oscuras, las cuales no domino por completo todavía y que ya me han hecho caer en más de una ocasión mientras intento caminar. 
-Aunque ahora que lo pienso, todavía no me he acostumbrado a nada de lo que estoy viviendo-
Un suspiro más pesado que el anterior se me escapó al pensar en la nueva vida que he estado viviendo, pasando de ser el jefe de la empresa a convertirme en una simple secretaria más de la oficina.
No puedo quejarme por lo que estoy viviendo, al menos no del todo, ya que verme como una mujer y tener un empleo tan básico en la empresa de mi familia, es algo que yo mismo me provoque.
Mi familia construyó esta empresa por varias generaciones, haciéndola crecer cada vez más y dejando los puestos importantes para los familiares con mejores habilidades, estudios, ideas e iniciativas para que el negocio siga creciendo. Sin embargo, aún teniendo las mismas oportunidades que el resto de mi familia, yo no tenía ni una pizca de sus posibilidades.
Honestamente siempre he sido torpe, muy torpe, además que los estudios no son mi mejor cualidad; mientras unos familiares tienen maestrías, doctorados o múltiples carreras universitarias, yo apenas terminé la preparatoria con calificaciones no muy buenas; durante mucho tiempo oculté eso e incluso mentí sobre tener una carrera en contaduría, algo que mi familia nunca cuestionó y me dejó el mejor puesto de la empresa para cuidar sus finanzas.
El trabajo era sencillo, cualquiera con conocimientos básicos de la carrera podría hacerlo, además que me asignaron un grupo de secretarias para asistirme en lo que necesitará, todo era como un sueño para cualquiera, menos para mí que cada día rezaba por no llevar a la quiebra a la empresa de mi familia.
Para soportar este puesto, me apoyaba mucho en mis secretarias, a quienes les dejaba a cargo de todas mis labores importantes mientas yo salía a divertirme o distraerme de cualquier asunto problemático en la empresa. 
Al comienzo me sentía como un genio al hacer que mis empleadas hicieran mi trabajo, pero con el pasar de las semanas mis secretarias comenzaron a renunciar. Pensé que no habría problema, así que contraté a más empleadas, solo para ver que ellas también renunciaban por la excesiva carga de trabajo que no era bien remunerada. 
Aún con todo eso, yo mantuve mi posición, dejando a mis empleadas a cargo de mis tareas hasta que fue demasiado tarde. Un día cuando entré a mi oficina, mi bisabuelo, el jefe actual de la empresa, ya me estaba esperando sentado en mi propia silla de jefe.
El abuelo fue muy directo conmigo, diciendo que mis antiguas empleadas fueron a quejarse con él por lo que yo estaba haciendo como su jefe, lo cual le hizo revisar mis documentos y títulos académicos para comprobar que yo no estaba ni cerca de estar capacitado para ser el jefe de las finanzas.
Mi bisabuelo había confiado en mi por ser familia, no dudó de lo que yo había dicho, y ahora que él estaba lleno de quejas y vio mi mediocre trabajo, no lo podía seguir ignorando. Incluso me dijo que no tenía problemas con una o dos quejas de antiguas empleadas, pero cuando no podía contar las quejas con los dedos de las manos, sabía que no podía seguir haciendo la vista gorda conmigo y lo desconsiderado que había sido con las empleadas. Resulta que mis secretarias no solo eran bonitas, también eran mujeres más que capacitadas para las labores de la empresa, y que al ellas decir que era un infierno trabajar para mi, mi bisabuelo estaba más que dispuesto a darme un castigo ejemplar por todas las idioteces que hice en tan poco tiempo.
Mi jefe me dio la oportunidad de hablar y desmentir alguna posible acusación de las empleadas, algo que ni siquiera intenté, aceptando plenamente la responsabilidad por mis tontas acciones.
El castigo obvio por lo que hice, fue perder mi empleo de forma inmediata. Lo que ni imaginé es que yo no sería despedido, más bien, fue degradado de jefe de finanzas, a secretaria.
Prefiero ahorrarme los detalles de que fue lo que me hicieron, solo diré que no le tomó mucho tiempo cambiar cada detalle de mi cuerpo y en una semana mis "vacaciones" ya habían terminado, dejándome lista para comenzar a trabajar en mi nuevo empleo.
Era vergonzoso y muy drástico el cambio que había vivido, la última vez en la empresa yo era el jefe de finanzas que vestía trajes lujosos y accesorios caros, coqueteaba con empleadas y era bien parecido, por no mencionar que era uno de los orgullosos miembros de la familia que la harían crecer en el futuro, o al menos eso es lo que se esperaba. 
En cambio, ahora que regresé a la empresa, lo hacía como una joven chica recién salida de la universidad, incluso me siento como una niña al tener un cuerpo tan joven; viéndome como una adolescente más que como una mujer, de estatura pequeña aún usando tacones, con un cabello largo que debo peinar cada mañana, además de un traje de oficinista ajustado y de una marca genérica que nunca imaginé tener que utilizar. Eso solo fue el inicio de muchos cambios que habría en mi nueva vida.
Mi nuevo cuerpo tenía pechos enormes que me estorbaban para hacer mis actividades diarias, estorbando todo el tiempo cuando quería escribir algo en la computadora, además que si acerco mucho los documentos contra mis pechos, en lugar de cuidarlos, los dejó ovalados e inútiles para muchos trámites por su mala presentación. 
Hablando de presentación, también debo cuidar mucho más mi imagen personal vistiendo como toda una señorita formal; mis piernas deben estar bien depiladas con cera para lucir bien con la falda ajustada, que aún si es linda de ver, no es para nada lindo tener que tirar de ella o tener problemas para agacharme en cada ocasión, siento que tarde o temprano voy a romper la falda al agacharme y estoy segura que en más de una ocasión algún compañero de trabajo estaba viendo demasiado cuando le daba la espalda, escuchando algún que otro murmuro de que la silueta de mi ropa interior podía verse cuando me agachaba por culpa de la falda; ese día sentí que moriría de la vergüenza, pero tristemente es algo a lo que me he tenido que acostumbrar y me volví un poco más cuidadosa con mis movimientos para no mostrar demasiado, y mucho menos tener romper la falda para dejar a la vista mi infantil ropa interior con estampados animados.
Ya me queje de los pechos enormes que no me dejan trabajar bien, lo incómodo que me resulta ser vista con estas faldas, lo problemático que es tener que usar tacones, y aún así, creo que lo más vergonzoso para mí es tener un rostro y actitudes tan infantiles dentro de la oficina, donde compañeros y jefes, están encantados de tratarme como a una niña dentro de la empresa. Odio tener que admitirlo, pero si tomamos en cuenta la experiencia o las edades, en definitiva soy la más pequeña dentro de este lugar.
Después de lo que viví en mis "vacaciones", me convirtieron en está mujer que apenas es mayor de edad, con un rostro lindo e infantil y que también era torpe, en serio muy torpe, haciéndome ganar la reputación de ser "la secretaria linda y tonta", "la niña que trabaja con nosotros", "la becaria patosa", "la chica torpe que muestra demasiado" y muchas cosas más que no puedo negar ni por mi aspecto, ni por la absurda cantidad de errores y descuidos que puedo cometer en mi día a día.
Hace poco hablaba con algunas de mis compañeras, quienes me tratan como a una hija más que como a una compañera, y todas ellas coinciden en que me convertí en alguien muy querida en la empresa sin la necesidad de ser una buena empleada. En otras palabras, no me reconocen por mi buen trabajo, más bien me reconoce por ser algo así como la linda mascota de la compañía en todos los pisos de la empresa. Por lo regular una o dos empleadas trabajan en un piso distinto para cada departamento, sin embargo, yo tengo que correr por los nueve pisos de la empresa llevando los documentos y apoyando en lo que sea que necesiten ayuda las empleadas más competentes, quienes terminan por ayudarme a mi en lugar de ayudarles yo a ellas.
Entre mis nuevas labores están escribir oficios para llevarlos de un lado a otro y que los firmes los jefes, llevar juegos de copias a todos los encargados correspondientes, enviar mensajes y recordatorios por todos lados, adivinar quien envió algún documento a imprimir y buscar al dueño para entregarlo, además de llevar los cafés y todo lo que quieran comer antes de una junta entre muchas cosas más que mi abuelo me pueda pedir para ganarme un salario de lo más básico.
Cuando vi mi nuevo cheque por primera vez, fui directo con el jefe para quejarme de un salario en contra de los derechos laborales, algo que hizo estallar en risa a mi bisabuelo que rápidamente me bajó los humos al decir que ese era un salario básico para mí, y que si quería ganar más dinero, tendría que mejorar en mi puesto. Quise protestar una vez más pero al oír que mi abuelo no está descontando de mi salario todo lo que rompo en la oficina, supe que lo mejor para mí sería quedarme callado sobre ese asunto y dar las gracias a mi familiar.
Con un salario tan bajo no podía sobrevivir como me gustaría, así que no había más opciones que trabajar arduamente como secretaria mientras también intentaba capacitarme de alguna forma; ya sea estudiando una carrera, con cursos o cualquier cosa que pudiera hacer en mis tiempos libres para elevar mis próximos cheques lo antes posible.
-Oye, Cinthia ten cuidado, baja de ahí yo busco lo que quieras-
Oí decir a uno de mis compañeros, haciendo que sus palabras me hicieran volver a la realidad y recordad que intentaba alcanzar una caja de la parte más elevada del mueble.
-No...yo puedo hacerlo...-
Le respondí a ese chico amable que siempre era atento conmigo, rechazando su gentil ayuda y aferrándome a la idea de que si me ponía de puntillas en la escalera, podría alcanzar esos documentos.
-No quiero molestarte, Cinthia pero no creo que sea buena idea. Por favor, deja que te ayude-
Insistió el chico diciendo mi nuevo nombre, pues para mi nueva vida como secretaria, también necesitaba una nueva identidad acorde a quien soy ahora, algo de lo cual se encargó mi abuelo mientras yo estaba de vacaciones.
-En serio... te digo que puedo hacerlo-
Decía con una voz temblorosa aún esforzándome por llegar a los documentos.
-¿Segura?-
-....completamente....-
Tras decir esas palabras, la escalera se tambaleó con fuerzas y yo cerré los ojos, estaba lista para caer contra el suelo pero en su lugar una fuerte mano rodeó mi cintura para mantenerme en mi lugar.
Ese chico actuó sin dudar, sujetando con una mano la escalera y con la otra mi cintura para que yo no me lastimará.
-¿Lo ves? Te dije que podía ayudarte, ¿estas bien?-
Me preguntó de una forma que me hizo sentir avergonzada, tal como una niña siendo regañada por no obedecer. En realidad, eso fue lo que sucedió, por lo que fue aún más vergonzoso.
-Sí... estoy bien... muchas gracias-
Respondí bajando de la escalera y agachando la cabeza, viendo frente a mis ojos los documentos que necesitaba.
-Toma, no hace falta que vuelvas a intentarlo. No me gustaría que salgas lastimada-
Su voz era amable, él sin duda se estaba preocupando por mí y darme cuenta de eso, me hizo quedar en blanco un momento como para responder.
-Entiendo... gracias otra vez-
Dije con un tono más tímido y una sensación por todo mi cuerpo que no pude describir.
-No agradezcas, es lo menos que puedo hacer por mi empleada novata. En cuanto termines con esos documentos, te necesito en mi oficina, quiero que saques unas copias y las repartas en toda la empresa, además de algunas otras cosas, pero no te preocupes-
Yo asentí con un poco más de decisión, dispuesta a cumplir con mis tareas, en especial con las de uno de mis tantos jefes que ya se iba de la habitación, no sin antes romper está mágica y nueva sensación en mí con una horrible realidad.
-Casi lo olvidaba, el jefe quiere verte-
Oír que mi abuelo quería verme me hizo poner una mala cara, que de inmediato hizo reír a mi guapo compañero y a mí me hizo estar más avergonzada.
-Lo siento, no fue-
-No te preocupes, no conozco a nadie que sea feliz de ser llamado por su jefe, pero no creo que sea algo malo.  Incluso si trata de despedirte, yo haría lo posible para que te quedes un poco más. Buena suerte-
Con una sonrisa tonta y un leve gesto de mi mano, despedí a mi compañero de trabajo que de nuevo me hizo sentir algo que no conocía y que tenía miedo de conocer.
Todo mi cuerpo temblaba y mi corazón se aceleró, tenía la mente hecha un lío del cual intente recomponerme dando palmaditas en mis mejillas para volver a enfocarme en mi labor. Ahora no soy el jefe y no estoy en posición de perder el tiempo, tengo muchas cosas que hacer y poco tiempo como para desperdiciarlo, en especial por las tareas nuevas que me dejó uno de mis jefes, y sobre todo, el pendiente de ir a ver a mi abuelo a su oficina para saber que es lo que quiere.
-Trabajo mucho para lo poco que me pagan, pero debo darme prisa antes de que me castiguen destacando mi salario-
Con ese temor en mente, sujeté los documentos por los que venía y estaba más decidida en seguir con mi adura y agobiante vida como oficinista, la cual por alguna razón, creo que no es tan mala como imaginaba.
Créditos a quien correspondan.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Me alegra que así haya sido, 222. Yo también disfruté mucho al escribir está historia, quizás algún día le haga una continuación.
      -Nero.

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